viernes, 28 de febrero de 2014

Para amar al otro tenemos que convertirnos en el amor de nuestra vida

  Y entonces comprendí que ya no se trataba de él, ni de los celos, ni del control que estaba ejerciendo sobre él, comprendí que no se trataba de la poca distancia física que nos separaba, ni de su escudo protector ante el daño ajeno…
  Comprendí que no se trataba de amor, porque lo que yo sentía por el no es que no fuera amor, sino que era un sentimiento que había querido abarcar tanto y tener tan presente, que lo había convertido en un pequeño centro dentro de mí… 
  Y al tiempo había sido, como no, inundado por el miedo…     El miedo de que si le perdía a él, lo perdía todo… 
  Aquella tarde comprendí que no se trataba de nada, sólo se trataba de mí… De la persona que quería llegar a ser y del yo que abandoné a final de 2012, cuando lo conocí a él…   De ese yo que había salido del desamor con sus propias manos, de ese yo que se había reconstruido a sí mismo al tener que huir de otro país que no era el suyo, de ese yo que sin tener nadie se hizo de todos y tuvo el valor de irse a Madrid sin más compañía que una caja mágica de cerillas… ¿En qué momento perdí todo eso?... ¿En qué momento olvidé esos momentos mágicos conmigo misma?... ¿Cuándo perdí el interés por escuchar música extraña?... 
  La realidad es que ni yo misma sé en que punto de la historia ocurrió todo eso, pero igual que lo perdí sin darme cuenta, voy a recuperarlo a cualquier precio… 
  Y es que, no se trata de ser egoísta en el amor, sino que para amar al otro realmente, tenemos que convertirnos a nosotros mismos en el amor de nuestra vida, y como si se tratara de una relación, ocuparnos de nuestras emociones y nuestra vida cada día… Sólo así, estaremos aptos para disfrutar de cualquier relación y ofrecer la felicidad que nosotros mismos nos hemos cosechado…


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