Y entonces
comprendí que ya no se trataba de él, ni de los celos, ni del control que
estaba ejerciendo sobre él, comprendí que no se trataba de la poca distancia
física que nos separaba, ni de su escudo protector ante el daño ajeno…
Comprendí que no se trataba de amor, porque lo que yo sentía por el no es que
no fuera amor, sino que era un sentimiento que había querido abarcar tanto y
tener tan presente, que lo había convertido en un pequeño centro dentro de mí…
Y al tiempo había sido, como no, inundado por el miedo… El miedo de que si le
perdía a él, lo perdía todo…
Aquella tarde comprendí que no se trataba de nada,
sólo se trataba de mí… De la persona que quería llegar a ser y del yo que
abandoné a final de 2012, cuando lo conocí a él… De ese yo que había salido del
desamor con sus propias manos, de ese yo que se había reconstruido a sí mismo
al tener que huir de otro país que no era el suyo, de ese yo que sin tener
nadie se hizo de todos y tuvo el valor de irse a Madrid sin más compañía que
una caja mágica de cerillas… ¿En qué momento perdí todo eso?... ¿En qué momento
olvidé esos momentos mágicos conmigo misma?... ¿Cuándo perdí el interés por
escuchar música extraña?...
La realidad es que ni yo misma sé en que punto de
la historia ocurrió todo eso, pero igual que lo perdí sin darme cuenta, voy a
recuperarlo a cualquier precio…
Y es que, no se trata de ser egoísta en el
amor, sino que para amar al otro realmente, tenemos que convertirnos a nosotros
mismos en el amor de nuestra vida, y como si se tratara de una relación,
ocuparnos de nuestras emociones y nuestra vida cada día… Sólo así, estaremos
aptos para disfrutar de cualquier relación y ofrecer la felicidad que nosotros
mismos nos hemos cosechado…
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